MEMORIAS DE UN EMBAJADOR MEXICANO ANTE EL ESTADO VATICANO
En nuestro país, durante el
convulso siglo diecinueve –y especialmente después de la independencia- las
relaciones entre la Iglesia y el Estado Vaticano sufrieron muchos altibajos.
Después de la promulgación de las Leyes de Reforma, en 1867 se interrumpieron
definitivamente y no se reanudarían sino hasta el 21 de septiembre de 1992,
durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) quien designó a
Enrique Olivares Santana como embajador ante el Estado Vaticano, a quien
siguieron Luis Felipe Bravo Mena, Federico Ling Altamirano (estos dos últimos
durante los sexenios panistas de Vicente
Fox y Felipe Calderón) y, actualmente, Mariano Palacios Alcocer, anteriormente
presidente del PRI.
Sin embargo, como anécdota es interesante
recordar que durante la presidencia de José Joaquín Herrera, que era un liberal
moderado, en 1848 le ofreció asilo al
Papa Pío IX, que tenía problemas en Roma, para que pasara su destierro en
nuestro país. Pero la propuesta no se concretó. Este Papa, siendo cardenal, al
principio del siglo diecinueve, había
recorrido Argentina y Chile en una misión especial. Quedó tan deslumbrado con
la geografía de nuestro continente que cuando tuvo la oportunidad, impulsó la beatificación de Cristóbal Colón, propuesta
que fue rechazada no por haber
introducido la esclavitud en el continente americano, sino por vivir “en
concubinato”, como lo narra Alejo Carpentier en su espléndida novela El arpa y la sombra (1979).
En las Memorias de Federico Ling Altamirano, recién publicadas, narra detalladamente y de manera amena desde
el momento en que fue aceptado hasta el día en que tanto él como su esposa
Mercedes tuvieron que despedirse no sólo de la bella Villa Ruffo, donde habitaron durante cuatro años, sino del
personal doméstico y de la oficina. Ling Altamirano tiene sumo cuidado en no
dejar que se le escape ningún comentario relacionado con la política mexicana
que podría haber sido una indiscreción o crear un problema tanto para él como
embajador como para el país.
Según él mismo confiesa, su
proyecto más importante y que parecía imposible de realizar era que el papa
Ratzinger viajara a México debido a su edad avanzada y quizá también por la
altura de nuestro país. Como recordarán nuestros amigos lectores, la estancia
del Sumo Pontífice transcurrió en la ciudad de Guanajuato desde donde se
trasladó a lugares vecinos. Ling Altamirano recuerda con las siguientes
palabras la emoción de aquel día:
Para mí, el momento superior de
mi encargo diplomático sería cuando subiera al estrado junto con la comitiva
mexicana y saludara a mi apreciado Benedicto XVI ante el presidente de mi país
Felipe Calderón. Al subir el gran escalón del entarimado tuve que ser ayudado
con un buen empujón por la espalda por el señor que venía detrás de mí; lo
agradezco porque en esos días ya tenía problemas con mis rodillas y ya
comenzaba a usar bastón.
Así como con toda humildad reconoce
la debilidad de sus piernas, en otros
casos narra con suma emoción su asistencia a algunos conciertos en el Vaticano
o a la a misa en la Basílica de San Pedro. Vale también la peña señalar el
orgullo y la emoción cuando, para una navidad, el gobierno de Puebla (cuyo
ejemplo imitaron después otros estados) envió como obsequio para Benedicto XVI
un hermoso nacimiento que mostraba la belleza de las artesanías española y
mexicana, así como la delicadeza de la talavera poblana.
El libro está profusamente
ilustrado con bellas fotografías de las reuniones y ceremonias a las que
asistieron tanto él como su esposa. Tuvo también la oportunidad de estrechar la
mano del papa Francisco, el primer papa latinoamericano. Al despedirse le fue
entregado un diploma y una condecoración donde aparece precisamente la imagen
de Pio IX.
En la parte final del libro se
incluyen varios poemas ya que Ling Altamirano fue un entusiasta de la poesía.
En lo personal, me gusta mucho el poema
“Soy”, del que incluyo la primera estrofa:
SOY
Como un tercio de
leño voy cargando
Un longevo
cansancio vespertino
De aquesta
“cafetera” que es mi cuerpo
Maliciando el
final de su camino.
Federico Ling Altamirano nació
en México, D.F. en 1939. Obtuvo el grado de Ingeniero Mecánico
Electricista en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional
Autónoma de México. Según la información contenida en la solapa, llegó a
Durango en 1982, donde posteriormente contrajo matrimonio con Mercedes
Sanzcerrada, con la que tuvo tres hijos. De ahí en adelante su vida fue un
continuo ir y venir entre la capital de la república y la ciudad de Durango.
Aquí falleció en 1914 pero legó a su familia varios libros de poesía, una
colección de artículos periodísticos y una biografía del político panista
Carlos Castillo Peraza.
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