QUERIDAS AMIGAS
UNO
A mi papá le gustan las bromas
pesadas; por ejemplo, picarme las costillas para que respingue y me enoje. Sólo
abandonará esta costumbre cuando deje caer la jarra de agua fresca que sostengo
entre las manos. Otras veces decide colocar una cubeta llena de agua en la
puerta del cancel y, al entrar, ¡baño seguro! Mi hermano Eduardo heredó sus
mismas mañas y nos tiene en jaque a los demás. Nada, sin embargo, me había
preparado para lo que me esperaba al regresar del baile. Entré sigilosamente a
la recámara sin encender la luz para no despertar a mi hermana. Con cuidado,
levanté las sábanas y me metí en la cama. Crac, crac, crac. Salté despavorida,
prendí la luz, levanté las cobijas y ante mis ojos desmesurados aparecieron
tres cucarachas despanzurradas que manchaban las sábanas. Mis gritos resonaron
hasta el último patio.
DOS
Vamos en un carromato; no sé
quiénes son los que me acompañan en este viaje. Los supongo tan condenados como
yo. Nos espera la guillotina. Sentada en el piso de la carreta, no alcanzo a ver
nada; únicamente oigo los alaridos de la multitud de pie a ambos lados del
camino que disfruta del espectáculo. Levanto los brazos por encima del carretón
y los agito violentamente para que detengan la marcha y me escuchen. Tengo algo
importante qué decir. A nadie le importa. La marcha continúa.
Despierto bañada en sudor. Es
verano. Estoy durmiendo en el piso de la sala del departamento de una amiga en
la calurosa San Juan, en Puerto Rico. En un rincón, grandes plantas tropicales
decoran la habitación. Algo oprime mi garganta y ningún sonido sale de mi boca.
Por un agujero en la base del mosquitero se escapa una gigantesca cucaracha.
TRES
Mis deberes hogareños, antes de
dormir, incluyen medir en la despensa el arroz, el aceite, el azúcar, el café y
el frijol que, al día siguiente, serán utilizados en la cocina. Así se evita el
desperdicio y el hurto, afirma mi madre. Temblorosa, cada noche tomo la llave
del candado que cierra la puerta de madera y me encamino al segundo patio. La
oscuridad reina por doquier. Al fondo, percibo el durazno y la higuera. Conozco
el ritual de memoria: debo caminar derecho, sin titubear, hasta el centro de la
despensa. Del techo pende un foco con una cadena que debo jalar para encender
la luz. Como todas las noches de mayo, cuando llega la hora siento que el
corazón me estallará dentro del pecho. Sé lo que me espera. Al iluminarse el
espacio, las cucarachas que tapizan las paredes se ocultarán con rapidez.
Entonces podré avanzar hasta la alacena y cumplir con mi tarea.
CUATRO
Debido a una fuga, el tanque de
gas quedó cerrado en el patiecillo. Yo me afano en la recámara desempacando y
habituándome a mi nueva morada que estuvo vacía y aguardándome durante un largo
año. Es la única habitación iluminada de la casa; las tinieblas dominan el
resto. Decido tomar un té antes de dormir.
Abro la puerta que separa la
cocina del patio y entro. Al mover los pies, oigo tronidos extraños bajo mis
zapatos. Cuando mis ojos se han acostumbrado a la penumbra, distingo las
cucarachas que cubren el piso y un muro. Con el empujón, la puerta se cierra.
Sólo entonces caigo en cuenta que las llaves se han quedado adentro y que la
puerta trasera que da al jardín -única salida hacia la libertad- está cerrada
con doble llave.
El terror me invade. Nadie sabe que
me mudado esta tarde. La casa contigua
está vacía, así que de nada sirve gritar. Imposible trepar por las paredes y,
además, las láminas acanaladas que techan el patio representan un obstáculo
adicional. ¿Resistiré toda la noche de pie, rodeada de cucarachas, en el centro
del patiecillo?
En la media luz advierto que hay
un gancho metálico para ropa que ha quedado olvidado en un rincón. La ventana
de la cocina está ligeramente abierta, aunque cubierta por un mosquitero.
Lenta, sofocadamente estiro la mano para tomar el gancho. Me esfuerzo por
romper la tela de alambre de la ventana para introducir la mano y jalar el
picaporte. Sudo copiosamente, pero no cejo en el empeño. Mucho tiempo después
–no sé cuánto- consigo mi objetivo. ¡Estoy a salvo! Me apresuro hacia la
recámara sólo para ver que una cucaracha huye por el resumidero del baño. El té
tendrá que esperar hasta mañana.
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