jueves, 27 de marzo de 2014

Cucarachas

QUERIDAS AMIGAS
UNO
A mi papá le gustan las bromas pesadas; por ejemplo, picarme las costillas para que respingue y me enoje. Sólo abandonará esta costumbre cuando deje caer la jarra de agua fresca que sostengo entre las manos. Otras veces decide colocar una cubeta llena de agua en la puerta del cancel y, al entrar, ¡baño seguro! Mi hermano Eduardo heredó sus mismas mañas y nos tiene en jaque a los demás. Nada, sin embargo, me había preparado para lo que me esperaba al regresar del baile. Entré sigilosamente a la recámara sin encender la luz para no despertar a mi hermana. Con cuidado, levanté las sábanas y me metí en la cama. Crac, crac, crac. Salté despavorida, prendí la luz, levanté las cobijas y ante mis ojos desmesurados aparecieron tres cucarachas despanzurradas que manchaban las sábanas. Mis gritos resonaron hasta el último patio.

DOS
Vamos en un carromato; no sé quiénes son los que me acompañan en este viaje. Los supongo tan condenados como yo. Nos espera la guillotina. Sentada en el piso de la carreta, no alcanzo a ver nada; únicamente oigo los alaridos de la multitud de pie a ambos lados del camino que disfruta del espectáculo. Levanto los brazos por encima del carretón y los agito violentamente para que detengan la marcha y me escuchen. Tengo algo importante qué decir. A nadie le importa. La marcha continúa.
Despierto bañada en sudor. Es verano. Estoy durmiendo en el piso de la sala del departamento de una amiga en la calurosa San Juan, en Puerto Rico. En un rincón, grandes plantas tropicales decoran la habitación. Algo oprime mi garganta y ningún sonido sale de mi boca. Por un agujero en la base del mosquitero se escapa una gigantesca cucaracha.

TRES
Mis deberes hogareños, antes de dormir, incluyen medir en la despensa el arroz, el aceite, el azúcar, el café y el frijol que, al día siguiente, serán utilizados en la cocina. Así se evita el desperdicio y el hurto, afirma mi madre. Temblorosa, cada noche tomo la llave del candado que cierra la puerta de madera y me encamino al segundo patio. La oscuridad reina por doquier. Al fondo, percibo el durazno y la higuera. Conozco el ritual de memoria: debo caminar derecho, sin titubear, hasta el centro de la despensa. Del techo pende un foco con una cadena que debo jalar para encender la luz. Como todas las noches de mayo, cuando llega la hora siento que el corazón me estallará dentro del pecho. Sé lo que me espera. Al iluminarse el espacio, las cucarachas que tapizan las paredes se ocultarán con rapidez. Entonces podré avanzar hasta la alacena y cumplir con mi tarea.

CUATRO
Debido a una fuga, el tanque de gas quedó cerrado en el patiecillo. Yo me afano en la recámara desempacando y habituándome a mi nueva morada que estuvo vacía y aguardándome durante un largo año. Es la única habitación iluminada de la casa; las tinieblas dominan el resto. Decido tomar un té antes de dormir.
Abro la puerta que separa la cocina del patio y entro. Al mover los pies, oigo tronidos extraños bajo mis zapatos. Cuando mis ojos se han acostumbrado a la penumbra, distingo las cucarachas que cubren el piso y un muro. Con el empujón, la puerta se cierra. Sólo entonces caigo en cuenta que las llaves se han quedado adentro y que la puerta trasera que da al jardín -única salida hacia la libertad- está cerrada con doble llave.
El terror me invade. Nadie sabe que me mudado esta  tarde. La casa contigua está vacía, así que de nada sirve gritar. Imposible trepar por las paredes y, además, las láminas acanaladas que techan el patio representan un obstáculo adicional. ¿Resistiré toda la noche de pie, rodeada de cucarachas, en el centro del patiecillo?
En la media luz advierto que hay un gancho metálico para ropa que ha quedado olvidado en un rincón. La ventana de la cocina está ligeramente abierta, aunque cubierta por un mosquitero. Lenta, sofocadamente estiro la mano para tomar el gancho. Me esfuerzo por romper la tela de alambre de la ventana para introducir la mano y jalar el picaporte. Sudo copiosamente, pero no cejo en el empeño. Mucho tiempo después –no sé cuánto- consigo mi objetivo. ¡Estoy a salvo! Me apresuro hacia la recámara sólo para ver que una cucaracha huye por el resumidero del baño. El té tendrá que esperar hasta mañana.   


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