miércoles, 13 de mayo de 2015

Casa de la familia Fiscal en la Villa de Nombre de Dios

DEL COFRE DE LOS RECUERDOS

CALLE PRINCIPAL NÚMERO 1

Así se llamaba la calle que hoy lleva el nombre de Francisco Zarco en el pueblo de la Villa de Nombre de Dios, en el estado de Durango, fundada entre 1555-56 por el sacerdote franciscano Fray Gerónimo de Mendoza,  quien ofició la primera misa. .  El número uno  correspondió hasta la década de los años sesenta del siglo pasado a una hermosa y señorial casona del siglo dieciocho, ubicada en la esquina de esa calle y Victoria, según opinión del historiador Francisco Durán Martínez.  Enfrente, el jardincillo que todavía existe y, al fondo, la Presidencia Municipal albergada en esos días en un edificio estilo colonial, con un portal y columnas. Todo el entorno, incluyendo el antes activo mercado, conservaba una gran armonía.

 La casona fue propiedad de mi abuelo, don Carlos Fiscal (nombrado así en los papeles legales, sin el apellido materno) quien fungió, en dos ocasiones, como jefe del Partido de Nombre de Dios durante la época porfiriana.  A su muerte, junto con otras propiedades, fue heredada por su esposa, doña Apolonia Irigoyen viuda de Fiscal y sus hijos. Ahí pasé parte de mi infancia, así como muchas e inolvidables vacaciones veraniegas. En los ríos cercanos mis hermanos y yo aprendimos a nadar siempre bajo el ojo vigilante de mi padre.

En la esquina con la calle Victoria que  baja hasta la ciénaga, se encontraba la tienda La Patria, propiedad de mi padre. Por las tardes, él departía ahí afablemente con los clientes. En la parte de atrás, una pequeña oficina y, luego, la trastienda repleta de objetos diversos, incluyendo aperos de labranza y zaleas de borregos sacrificados para preparar barbacoa. El escritorio, de madera maciza, viajó luego a Durango y después a la Ciudad de México y fue el compañero de estudios de mi hermano Gonzalo.

Entrando por la señorial puerta rematada por un arco de cantera, se apreciaban el zaguán y el cancel; después los cuatro corredores que enmarcaban el patio. Ahí florecían un espléndido granado y una higuera. En un rincón, se veía la noria. Eran los días cuando no había agua entubada; cada tercer día, ésta descendía  del ojo de agua por un canal a lo largo de la calle, pero no podía usarse ni para beber ni para cocinar. Ésta se traía del manantial. El baño, de placer o de limpieza, lo tomábamos en los ríos, entonces puros y abundantes.

Las habitaciones daban a tres de los corredores. Durante un tiempo, algunas  fueron alquiladas por mi tía Paulita para vacacionistas,  profesores o agentes viajeros que llegaban a la Villa para vender sus mercancías. Según el periódico El Pregón (16 noviembre 2002), “en esos enormes patios se llegaron a celebrar algunas fiestas donde pudimos bailar al compás de la orquesta de don Fidel Páez, de grata memoria”. A mí no me tocó presenciar esos bailes, pero sí estoy segura de que en la época de mi abuelo  hubo grandes fiestas a las que asistían las personalidades locales y de los lugares vecinos como La Parrilla, quienes llegaban en sus coches de caballos y eran atendidos espléndidamente, como me lo contó don Luis Pérez, quien por entonces era un niño que se escondía detrás de las columnas para observar a los invitados.

En la esquina formada por el corredor norte y el oriente se encontraba la espaciosa cocina con su enorme fogón;  ahí reinaba Cuco, el magnífico cocinero e inventor de maravillosos cuentos de aparecidos.  Por una puerta se entraba al corral; al fondo, se hallaba el común y, tras otra puerta, los dos solares –el espacio de las aventuras y los sueños-  donde crecían membrillos, duraznos, maíz y alfalfa.

Debido a malas operaciones comerciales, la casona fue embargada por un banco, que después la vendió al mejor postor. Luego, fue dividida en dos secciones, para posteriormente ser parcelada en no sé cuántos terrenos. Nadie se ocupó de rescatarla para escuela o museo. No existen planos ni fotografías. Hoy, con un sabor agridulce, sólo subsiste en mi memoria.  Durante un tiempo todavía se pudieron apreciar los restos de cantera labrada de un antiguo arco como resabio de su antiguo esplendor. Hoy, todo eso ha desaparecido.



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