DEL COFRE DE LOS
RECUERDOS
CALLE PRINCIPAL
NÚMERO 1
Así se llamaba la calle que hoy
lleva el nombre de Francisco Zarco en el pueblo de la Villa de Nombre de Dios,
en el estado de Durango, fundada entre 1555-56 por el sacerdote franciscano
Fray Gerónimo de Mendoza, quien ofició la
primera misa. . El número uno correspondió hasta la década de los años
sesenta del siglo pasado a una hermosa y señorial casona del siglo dieciocho,
ubicada en la esquina de esa calle y Victoria, según opinión del historiador Francisco
Durán Martínez. Enfrente, el jardincillo
que todavía existe y, al fondo, la Presidencia Municipal albergada en esos días
en un edificio estilo colonial, con un portal y columnas. Todo el entorno,
incluyendo el antes activo mercado, conservaba una gran armonía.
La casona fue propiedad de mi abuelo, don Carlos
Fiscal (nombrado así en los papeles legales, sin el apellido materno) quien
fungió, en dos ocasiones, como jefe del Partido de Nombre de Dios durante la
época porfiriana. A su muerte, junto con
otras propiedades, fue heredada por su esposa, doña Apolonia Irigoyen viuda de
Fiscal y sus hijos. Ahí pasé parte de mi infancia, así como muchas e
inolvidables vacaciones veraniegas. En los ríos cercanos mis hermanos y yo
aprendimos a nadar siempre bajo el ojo vigilante de mi padre.
En la esquina con la calle
Victoria que baja hasta la ciénaga, se
encontraba la tienda La Patria, propiedad de mi padre. Por las tardes, él
departía ahí afablemente con los clientes. En la parte de atrás, una pequeña
oficina y, luego, la trastienda repleta de objetos diversos, incluyendo aperos
de labranza y zaleas de borregos sacrificados para preparar barbacoa. El
escritorio, de madera maciza, viajó luego a Durango y después a la Ciudad de
México y fue el compañero de estudios de mi hermano Gonzalo.
Entrando por la señorial puerta
rematada por un arco de cantera, se apreciaban el zaguán y el cancel; después
los cuatro corredores que enmarcaban el patio. Ahí florecían un espléndido
granado y una higuera. En un rincón, se veía la noria. Eran los días cuando no
había agua entubada; cada tercer día, ésta descendía del ojo de agua por un canal a lo largo de la
calle, pero no podía usarse ni para beber ni para cocinar. Ésta se traía del manantial.
El baño, de placer o de limpieza, lo tomábamos en los ríos, entonces puros y
abundantes.
Las habitaciones daban a tres de
los corredores. Durante un tiempo, algunas fueron alquiladas por mi tía Paulita para
vacacionistas, profesores o agentes
viajeros que llegaban a la Villa para vender sus mercancías. Según el periódico
El Pregón (16 noviembre 2002), “en
esos enormes patios se llegaron a celebrar algunas fiestas donde pudimos bailar
al compás de la orquesta de don Fidel Páez, de grata memoria”. A mí no me tocó
presenciar esos bailes, pero sí estoy segura de que en la época de mi
abuelo hubo grandes fiestas a las que
asistían las personalidades locales y de los lugares vecinos como La Parrilla,
quienes llegaban en sus coches de caballos y eran atendidos espléndidamente,
como me lo contó don Luis Pérez, quien por entonces era un niño que se escondía
detrás de las columnas para observar a los invitados.
En la esquina formada por el
corredor norte y el oriente se encontraba la espaciosa cocina con su enorme
fogón; ahí reinaba Cuco, el magnífico
cocinero e inventor de maravillosos cuentos de aparecidos. Por una puerta se entraba al corral; al fondo,
se hallaba el común y, tras otra puerta, los dos solares –el espacio de las
aventuras y los sueños- donde crecían
membrillos, duraznos, maíz y alfalfa.
Debido a malas operaciones
comerciales, la casona fue embargada por un banco, que después la vendió al
mejor postor. Luego, fue dividida en dos secciones, para posteriormente ser
parcelada en no sé cuántos terrenos. Nadie se ocupó de rescatarla para escuela
o museo. No existen planos ni fotografías. Hoy, con un sabor agridulce, sólo
subsiste en mi memoria. Durante un
tiempo todavía se pudieron apreciar los restos de cantera labrada de un antiguo
arco como resabio de su antiguo esplendor. Hoy, todo eso ha desaparecido.
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