martes, 9 de diciembre de 2014

Agradecimiento a amigas y parientes a fin de noviembre

GRATITUD

Hoy, queridos amigos lectores,  voy a escribir sobre un asunto personal. Hay una razón para ello. En noviembre,  al descender de un taxi en el Distrito Federal y como tengo problemas con las rodillas,  el taxista aprovechó para apoderarse de mi cartera que sobresalía de mi bolsa y que había quedado a mi espalda. Con todo cinismo, me dijo; “Que le vaya bien, madrecita”. Claro, yo le había reclamado el cambio de un billete de cincuenta pesos.

Me sentí desolada. El dinero no era mucho, pero lo que más me preocupaba eran las tarjetas de crédito y de débito, así como la credencial del Instituto Federal Electoral (ahora INE) indispensable para abordar el avión de regreso. Por un descuido al salir de Durango, había llevado más documentos de los necesarios  y tampoco tuve la precaución de sacarlos y guardarlos en la maleta.  Sin embargo, pocos minutos después  sentí que muchas manos se tendían hacia mí para ayudarme.

Dos primas, una en Durango (que proporcionaba la información requerida por los bancos puesto que tiene llave de la casa y pudo entrar) y la otra, en el Distrito Federal, respondiendo a las preguntas de las instituciones, fueron geniales.  Dos horas después las tarjetas estaban canceladas y nadie había sacado dinero de las mismas ni hecho ningún cargo. Además, me daban toda la información requerida para que, a mi regreso a Durango, me presentara en las sucursales para me entregaran la reposición. 

Ahora, quedaba la cuestión de la credencial del IFE. ¿Qué hacer? Decidí llamar a mi amiga que trabaja en la oficina de prensa del gobierno del estado de Durango, explicarle la situación y pedirle que por favor se comunicaran a la representación del estado en el Distrito Federal con el fin de me proporcionaran un oficio que comprobara mi identidad y que me apoyara para abordar el avión. Llegó la respuesta: el oficio se me entregaría el lunes siguiente (era viernes por la tarde) sin problema. Y todavía más: el mismo representante me llamó cuando estaba en la fila para abordar para asegurarse de que no había tenido ningún problema.  Otro suspiro de alivio. Las demás credenciales no representaban peligro alguno y sólo tendría que seguir los trámites para su reposición. Al despedirme de mi tía para irme al aeropuerto, me regaló un poco de dinero por si lo necesitaba y una torta en una bonita envoltura.

Desde el fondo de mi corazón, y también con palabras, expresé mi gratitud, primero a Dios y a dos santos de mi predilección: San Francisco de Asís (Pancholín, como le decimos de cariño mi amiga Emma y yo) y San Antonio de Padua (Toñito), a quien siempre he recurrido cuando pierdo las cosas (no tanto en mi juventud cuando se decía que era un buen auxiliar para conseguir novio). Además, Emma me invitó a una espléndida comida, con vino tinto, en un restaurante para ayudarme a encontrar la paz.

Al llegar a Durango, sentí que el propio espacio desde el aire me daba la bienvenida. Caía ya la noche, pero todavía se alcanzaba a ver chispazos de distintos colores de lo que había sido un bello atardecer. Además, al contemplar el amplio espacio desde el aire (que siempre he disfrutado cuando llego por avión) sentí que me decía: “Bienvenida, hija pródiga. Ésta es tu ciudad.  Deja ya de andar buscando otros espacios”.

Al descender, mi prima Lupita me esperaba y, además, me invitó a cenar. Los vigilantes, a mi llegada al fraccionamiento, me recibieron con un cordial saludo diciendo que me habían extrañado y que todo estaba en orden en mi casa. En los días subsecuentes encontré otras manos dispuestas a ayudarme. Una querida amiga me compró fruta, verdura y pan para que yo no tuviera que salir. Al día siguiente me invitó a comer gorditas en El Pueblito y me llevó a pasear para que el sol y el cielo me contagiaran de su energía. Otra vino a hacerme compañía toda una tarde y en los bancos me trataron con toda amabilidad. Cierro aquí la lista por temor a aburrirlos con mis emociones. Entonces, reflexioné sobre la gratitud.

Hay personas que jamás dicen “gracias”. Por ejemplo, a la pregunta obligada ¿Cómo estás?, la respuesta que se obtiene es “Bien”, a secas. Es tan pequeña esa palabra y significa tantas cosas. Esa sola palabra puede aliviar un corazón dolorido. En la Biblia, leemos: “El alma generosa será prosperada; /Y el que saciare él también será saciado”. (Proverbios: 11, 25). Y así es, cuando se presta ayuda y consuelo, quien lo hace también lo recibirá en el momento requerido.

Adiós a Vicente Leñero

ADIOS A VICENTE LEÑERO

Conocí al renombrado dramaturgo, periodista, novelista, guionista y profesor de la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México posiblemente en 1979, año en que presenté mi tesis de licenciatura La imagen de la mujer en la narrativa de Rosario Castellanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Por ese tiempo, su esposa Estela Franco preparaba su tesis de doctorado en psicología, que finalmente se publicó con el título Rosario Castellanos. Otro modo de ser humano y libre. Además, poco tiempo después presenté la novela El rumor que llegó del mar, de Eugenio Aguirre, en el Centro de Enseñanza para Extranjeros. Entre los invitados se encontraba precisamente Vicente Leñero, que escuchó mi texto con atención. Después me felicitó y me pidió que lo  llevara   a Proceso,  revista de la que era subdirector, para su  publicación. Fue así como empecé a colaborar con la revista casi semanalmente
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Cuando me despedí  para venirme a Durango, me preguntó: ¿Qué pasó con Olga Arias que ha mantenido viva la literatura allá durante cuarenta años?  Ahí  está, repuse, trabajando como siempre. Te encargo una entrevista, me dijo. A mi llegada puse manos a la obra y envié el texto (por fax, todavía no contábamos con internet), la cual se publicó en el número 671de la revista Proceso (septiembre 11, 1989, pp. 50-51) con el título “Darse a conocer desde provincia: casi imposible, la escritora Olga Arias”.

La bibliografía de Leñero es muy variada y extensa; por ello, quiero referirme a ciertos textos que me parecen fundamentales. En primer lugar, Los albañiles  (1963), que le valió el premio Planeta-Seix Barral y que después fue llevada al cine. Leñero estudió la carrera de ingeniero civil en la Universidad Nacional Autónoma de México, aunque después prefirió las letras. Sin embargo, conocía perfectamente el ambiente de una construcción, así como las triquiñuelas  propias de quienes ahí trabajan.

En 1976, cuando el entonces presidente Luis Echeverría urdió el golpe contra el periódico Excélsior, cuyo director era Julio Scherer y el subdirector Vicente Leñero, ambos, acompañados de muchos otros periodistas, abandonaron la redacción del periódico. Octavio Paz que en ese tiempo era el director de la revista Plural siguió su ejemplo y sólo muchos años después, a su regreso de la India, inició otra revista: Vuelta. Pocos meses después de salir de Excélsior,  Scherer y Leñero, con el apoyo de muchos de sus seguidores y público en general, saludaron la aparición de  Proceso, donde Leñero estuvo como subdirector de 1977 a 1998. Todas esas experiencias fueron el origen de  su libro Los periodistas (1978). 

Otro texto fundamental sería Asesinato (1985) donde narra todo el proceso y la investigación que se llevó a cabo por el asesinato del ex gobernador de Nayarit  Gilberto Flores Muñoz y de su esposa, Asunción Izquierdo,  una escritora poco conocida y que utilizó el pseudónimo de Ana Mairena para publicar sus novelas, asesinato cometido por el nieto de la pareja.

Creo que la primera obra de teatro que vi fue Pueblo rechazado (1968) que aborda el problema de la modernización de la iglesia (misa en español, con el sacerdote frente a los feligreses);  además, era defensora de que se permitiera  a los monjes  psicoanalizarse. Leñero fue siempre un hombre religioso, pero con un acercamiento moderno a la normas de la iglesia. Una obra que me gustó muchísimo fue La mudanza (1979) donde, casi sin diálogo y sólo con la acumulación de enseres domésticos en el escenario, muestra los problemas de una pareja.

Sin embargo, la que merece mención especial aun cuando sólo se haya representado unas cuantas veces y que fue vista y apreciada por poco público fue Martirio de Morelos (1981), llevada a escena en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, en el Centro Cultural de la UNAM, bajo la dirección de Luis de Tavira. En el escenario se apreciaba una especie de rampa dividida en tres niveles: en el inferior se encontraba Morelos en su celda poco tiempo antes de su interrogatorio; en el nivel medio se presentaba la sala del juicio del héroe nacional con el inquisidor y los escribanos, donde lo declaraban culpable y procedían a la desacralización de sus manos.  En la parte superior se presentaba la ejecución de Morelos en Ecatepec. La razón principal por la cual la obra sólo se presentó como unas seis veces ante un público selecto (tuve la suerte de que me tocara un boleto) era, pienso, que al declarar Morelos todo lo que sabía sobre la guerra de independencia se convertía en un traidor y eso no podía hacerse del conocimiento del público en general porque perdería su categoría de héroe impoluto.

Entre los guiones que preparó para el cine destacan Mariana, Mariana (1988) basado  en la novela Las batallas en el desierto (1981), de José Emilio Pacheco;   El callejón de los milagros (1994), basado  en la novela del mismo nombre del  escritor egipcio Naguib Mafuz  que lo hizo acreedor al  Premio Nobel en 1988 y  el guión basado en la novela El crimen del padre Amaro,  del escritor portugués José María Eca de Queiroz, novela publicada en Portugal originalmentente en 1875, y que tanto escándalo levantó en la iglesia católica cuando en el 2002 se estrenó la película revelando la corrupción de algunos sacerdotes y obispos.

No puedo dejar de mencionar su novela La vida que se va (1999) que le valió  el premio Xavier Villaurrutia donde Leñero muestra su dominio  del ajedrez y pone a prueba sus dotes de narrador con una estructura diferente.  Además de sus muchos premios, en el 2011 fue admitido a la Academia Mexicana de la Lengua.