EL VIAJE HACIA ÍTACA
En 1989, cuando trabajaba
como Jefa del Área de Literatura en el Centro de Enseñanza de la UNAM, recibí
una llamada que me tomó por sorpresa. Era Mónica Mansour, mi maestra de Análisis poético, en la
maestría en Letras Iberoamericanas, y
que en ese momento era Jefa del Departamento de Literatura en el CONACULTA. Me
pidió que la visitara en su oficina y convinimos en una cita. Se trataba, me dijo, de que estaba en marcha
el proyecto llamado “Letras de la República” y buscaban a un investigador para la antología correspondiente al estado de
Durango. Alguien me había recomendado y ella quería conversar conmigo al
respecto.
En ese momento, además de
mis tareas académico-administrativas, colaboraba casi semanalmente con una
reseña para la revista Proceso, había
escrito sólo un libro La imagen de la
mujer en la narrativa de Rosario Castellanos (1981) y otros ensayos académicos
y estaba iniciando mi investigación para la tesis de maestría en Letras
Iberoamericanas. Sin embargo, cuando se concretó la propuesta, acepté. Esa llamada cambió el curso de mi vida.
De los escritores durangueños sólo conocía a los tres más nombrados: Nellie Campobello, José Revueltas, y María Elvira Bermúdez.
Había leído algo de Olga Arias. Conocía al historiador Atanasio Sarabia y
también conocía algunos poemas de Evodio
Escalante quien, por entonces, preparaba su tesis de maestría. De los
otros, ignoraba todo. Además, las reglas
y los plazos del CONACULTA eran muy rígidos. No obstante, acepté el reto.
Empecé la investigación en el Distrito Federal y con la ayuda de Evodio, y de
Paco Durán y, ya en Durango, de Enrique Mijares Verdín y de Ángel Manuel
Castrellón, entre otros muchos, salí airosa del compromiso.
Cuando mi antología Durango. Una literatura del desarraigo (1829-1990) se presentó en el Palacio de Minería, en la Ciudad de México, dentro de la Feria Internacional del Libro en
el 2002, me cupo la alegría de haber cumplido tanto con el CONACULTA como con
Durango (creía yo) en tiempo y forma.
Para mi sorpresa, el libro no fue bien recibido en mi ciudad natal y el buen
amigo José Reyes González se vio en serios aprietos para defender mi trabajo
cuando se hizo la presentación.
La estancia en Durango había
traído novedades a mi vida. Me había sumergido por completo en la literatura
dejando a un lado las clases de español para extranjeros y había experimentado
un poco con la creación literaria. Cuando otros acontecimientos personales y familiares, me plantearon una
disyuntiva, escogí regresar a Durango. Tenía ya una casita comprada, pero no
tenía empleo. La Universidad Vasconcelos me acogió nuevamente. Pero, en lo
referente a la literatura, tuve que picar piedra.
Recuerdo ahora con nostalgia
aquellas mañanas cuando nos reuníamos en la biblioteca de la Casa de la Cultura
José Solórzano, Óscar Jiménez y yo bajo el cobijo de don Crescencio, como lo he
narrado en un texto. Yo iniciaba mis pasos hacia Ítaca en la página cultural de
El Sol de Durango que coordinaba
Óscar Jiménez al mismo tiempo que colaboraba con Radio UJED en programas
culturales.
La oportunidad para dar el
salto hacia la creación fue a través del taller literario coordinado por
Orlando Ortiz, que nos visitó los fines de semana durante dos años. Los viernes
por la tarde leíamos (no se puede escribir bien sin conocer a los grandes
autores, así como adentrarse en el análisis, la creación de personajes, el
manejo del tiempo, del punto de vista) y los sábados por la mañana leíamos
nuestros trabajos. Compañero de mesa y de aventuras literarias fue en esos días
Jesús Alvarado, entre muchos otros. Yo llegaba con lo que se me ocurría hasta
que un día Orlando me dijo: “no puedes seguir así; necesitas un proyecto”. Yo
todavía no me asumía como escritora y no creía tener el talento para ello. Sin
embargo, así surgió Perfiles al viento,
ese libro entrañable para mí por los personajes a los que di vida y por lo que
representaron para mí.
Vinieron después Tiempo de hablar (2001), los tomos uno y
dos de El aroma de la nostalgia. Sabores
de Durango (2005 y 2009), aunque antes habían surgido Dolores Guerrero. Una voz desconocida (1994), ¿Una nueva novela de la provincia (Crítica a la novela El cuervo de Dios, de Francisco Durán
Martínez), y un ensayo sobre el pintor durangueño Ángel Zárraga.
En su poema, el poeta griego
Kavafis dice en los versos iniciales: “Si vas a emprender el viaje hacia
Ítaca,/pide que tu camino sea largo,/rico en experiencias, en conocimiento.” Y
así ha sido. Si he carecido de algunas
cosas, otras se me han dado en abundancia. Por ejemplo, el reconocimiento y la
sonrisa de la gente cuando nos cruzamos en la calle. A veces, no los reconozco,
pero ellos a mí, sí. O como la pregunta de una empleada en la Comisión Federal
de Electricidad una mañana que fui a pagar la luz: “Maestra, ¿no tiene un libro?”, a lo que
contesté: “No, sólo el recibo”. Ella sonrió y dijo: “No, quiero decir un libro
nuevo”.
Anécdotas hay muchas.
Recuerdo, por ejemplo, las mañanas en que perseguía al señor que vende las
melcochas en la calle de 5 de Febrero o afuera de la Catedral solicitándole una
breve entrevista. Gruñía y replicaba: “Qué tengo yo que hablar con usted” y se alejaba con rapidez. Una reacción muy
diferente tuvo el vendedor de las palomitas en la calle Victoria pues hasta me
regaló un vaso gigante repleto de palomitas.
Vivir de la literatura no es
fácil. Quizá, entre nosotros, lo hayan logrado Octavio Paz, Carlos Fuentes,
Carlos Monsivais, José Emilio Pacheco,
entre otros más. La mayoría es maestro, periodista o tiene algún otro empleo
que le permita ganarse la vida. La fama también es elusiva: se escapa todo el
tiempo. Casi todos persiguen un premio que
permita que se abran las puertas de las grandes editoriales cuando carecen de un padrino que los
recomiende. En la provincia, las circunstancias son aún más difíciles.
Muchas veces los libros se quedan en manos de amigos y familiares y no
trascienden, a menos que se acuda a encuentros de escritores en otras ciudades.
Ítaca -en este caso, la literatura- no es
fácil de conquistar. Por ello, necesitamos del apoyo de las instituciones
culturales y que se cree, o se establezca un contacto- para dar a conocer nuestros libros allende las fronteras del
estado. Pero como dice Kavafis:
Ten siempre a Ítaca en la memoria,
Llegar ahí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
Y en tu vejez arribes a la isla
Con cuanto hayas ganado en el camino,
Sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Muchas gracias
Durango, Dgo., 27 de agosto de 2011