LA
MAGIA DE LOS SEPARADORES
Habrá quienes los
llamen marcadores ya que usualmente indican donde suspendimos la lectura de un
libro, aunque separadores pueden también
ser los boletos del viaje en autobús a una ciudad distinta de aquella donde uno
vive, la contraseña de un boleto de
cine, la nota de compra del libro que metimos de prisa dentro de las páginas o
la tarjeta postal que nos entregó el cartero enviada por un amigo que está en
el extranjero. Estos objetos surgen de pronto cuando sacamos
del librero el libro que no hemos consultado durante años. Los llamo mágicos no porque despidan lucecitas, cambien de color o nos deparen una
sorpresa inesperada sino porque, en un
vuelco del tiempo, nos remiten a momentos del pasado, nos hablan de personas con quienes hemos
perdido contacto o nos recuerdan a
amigos y lugares extraños que nos han dejado un sabor agridulce. En otras palabras, los separadores narran una historia.
Mi colección (ya
incompleta) incluía algunos venidos de
Japón o fabricados en nuestro país por las hábiles de mis alumnos japoneses en
el Centro de Enseñanza para Extranjeros. Otro llegó de China, es de madera y remata con la cabeza de un ave; me lo obsequió una querida alumna del Colegio Americano que
pasó allá un verano. Hay otros en papel
amate que, o bien, adquirí de un vendedor callejero, o bien, en alguna excursión a un pueblo. Uno, que se
adorna en un extremo con una ardilla, proviene de Oaxaca en tanto que otro más,
en madera, viajó desde Coatepec, Veracruz, y está decorado con un
colibrí. Tuve otro en piel, que se desbarató por el uso, convirtiéndose en un
pequeño cuadro que cuelga en un muro de mi casa, y que contiene una sentencia
de Rabindranath Tagore: “Soñaba que la
vida no era sino alegría,/me desperté y vi que la vida no era sino
servicio,/serví y vi que el servicio era la alegría”.
Tuve otros
ilustrados con rostros de mujeres destacadas en el arte, como la cantante sudafricana Myriam Makeba o la inglesa Edith
Holden que escribía poesía, o trascendentes en la historia del feminismo como Vandana
Shiva, nacida en la India, pero que no alcanzaron fama universal. Formaban una serie que compré en la tienda del Museo McKinley, de San Antonio, para regalárselos a unas
queridas amigas que, o son artistas, o escritoras, o trabajan por el bienestar
de la mujer.
Otros son francamente
turísticos. Los obsequian en las librerías con anticipación
porque sirven para promover libros ya editados o a punto de salir, una feria del
libro en especial, por ejemplo, la
Internacional de Guadalajara o la celebrada en Madrid en 2006 cuando Grecia fue
el invitado de honor. En el Museo de
Antropología, de la Ciudad de México, encontré uno formidable para no olvidar
jamás la estupenda exposición: “Los etruscos: el misterio revelado”. Ahora las
agencias funerarias acostumbran obsequiar separadores con la fotografía de la
persona fallecida, con una oración o algún verso de su predilección.
Los separadores
metálicos son elegantes y constituyen un buen regalo; sin embargo, son incómodos y terminan lastimando las páginas. No obstante, el del gato que el lector podrá apreciar en
la ilustración, me remite a Charles Baudelaire, el poeta maldito, en un soneto dedicado a los gatos, felino que evoca
siempre la sensualidad, donde leemos los siguientes versos: “Amigos de la
ciencia y la sensualidad, /que buscan el silencio y aman las tinieblas,/ Érebo
los hiciera sus corceles de niebla/si ellos se resignaran a perder libertad”.
Actualmente, en la
compra de un libro, las editoriales acostumbran introducir dentro de sus páginas un separador promocional
con información biográfica del autor o
comentarios sobre otra novela o poemario ya publicados del mismo autor.
El pintor durangueño José Luis Calzada acaba de distribuir entre sus amigos un
separador inteligente e ilustrado con una luna, una figura femenina apenas
sugerida (tomada de una de sus obras) y con frases en varios idiomas.
Hay personas que
acostumbran doblar la esquina superior derecha de la página para indicar donde
suspendieron la lectura. ¡Qué pena! El papel se maltrata y termina por romperse. Quien actúa así demuestra
poco respeto por el libro que está leyendo porque es obligatorio para la clase o el
trabajo, pero con el cual no ha establecido una relación de amistad. La magia de los
separadores, como la de los mismos libros, es infinita.
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Coloridos separadores o marcadores. |
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