martes, 14 de enero de 2014

¿Cómo sabes dónde dejaste tu lectura? ¿Usas un separador? Hay unos muy bellos, pero también puede ser un boleto de avión o de autobús.

LA MAGIA DE LOS SEPARADORES


Habrá quienes los llamen marcadores ya que usualmente indican donde suspendimos la lectura de un libro, aunque separadores pueden  también ser los boletos del viaje en autobús a una ciudad distinta de aquella donde uno vive,  la contraseña de un boleto de cine, la nota de compra del libro que metimos de prisa dentro de las páginas o la tarjeta postal que nos entregó el cartero enviada por un amigo que está en el  extranjero.  Estos objetos surgen de pronto cuando sacamos del librero el libro que no hemos consultado durante años. Los llamo mágicos no porque despidan  lucecitas, cambien de color o nos deparen una sorpresa inesperada sino porque,  en un vuelco del tiempo,   nos remiten a momentos del pasado,  nos hablan de personas con quienes hemos perdido contacto o nos  recuerdan a amigos y lugares extraños que nos han dejado un sabor agridulce.  En otras palabras,  los separadores narran  una historia.

Mi colección (ya incompleta)  incluía algunos venidos de Japón o fabricados en nuestro país por las hábiles de mis alumnos japoneses en el Centro de Enseñanza para Extranjeros. Otro llegó de China,  es de madera y remata con  la cabeza de un ave;  me lo obsequió  una querida alumna del Colegio Americano que pasó allá un verano.  Hay otros en papel amate que, o bien, adquirí de un vendedor callejero, o bien,  en alguna excursión a un pueblo. Uno, que se adorna en un extremo con una ardilla, proviene de Oaxaca en tanto que otro más, en madera, viajó desde   Coatepec, Veracruz, y está decorado con un colibrí. Tuve otro en piel, que se desbarató por el uso, convirtiéndose en un pequeño cuadro que cuelga en un muro de mi casa, y que contiene una sentencia de  Rabindranath Tagore: “Soñaba que la vida no era sino alegría,/me desperté y vi que la vida no era sino servicio,/serví  y  vi que el servicio era la alegría”.

Tuve otros ilustrados con rostros de  mujeres  destacadas en el arte, como la cantante  sudafricana Myriam Makeba o la inglesa Edith Holden que escribía poesía,  o  trascendentes  en la historia del feminismo como Vandana Shiva, nacida en la India, pero que no alcanzaron fama universal.  Formaban una serie que  compré en la tienda del  Museo   McKinley,  de San Antonio, para regalárselos a unas queridas amigas que, o son artistas, o escritoras, o trabajan por el bienestar de la mujer.   

Otros son francamente  turísticos. Los  obsequian en las librerías con anticipación porque sirven para promover libros ya editados o a punto de salir, una feria del  libro en especial, por ejemplo, la Internacional de Guadalajara o la celebrada en Madrid en 2006 cuando Grecia fue el invitado de honor.  En el Museo de Antropología, de la Ciudad de México, encontré uno formidable para no olvidar jamás la estupenda exposición: “Los etruscos: el misterio revelado”. Ahora las agencias funerarias acostumbran obsequiar separadores con la fotografía de la persona fallecida, con una oración o algún verso de su predilección.

Los separadores metálicos son elegantes y constituyen un buen regalo; sin embargo,  son incómodos y terminan lastimando  las páginas. No obstante,  el del gato que el lector podrá apreciar en la ilustración, me remite a Charles Baudelaire, el poeta maldito, en un  soneto     dedicado a los gatos, felino que evoca siempre la sensualidad, donde leemos los siguientes versos: “Amigos de la ciencia y la sensualidad, /que buscan el silencio y aman las tinieblas,/ Érebo los hiciera sus corceles de niebla/si ellos se resignaran a perder libertad”.

Actualmente, en la compra de un libro, las editoriales acostumbran introducir  dentro de sus páginas un separador promocional con información biográfica del autor o  comentarios sobre otra novela o poemario ya publicados del mismo autor. El pintor durangueño José Luis Calzada acaba de distribuir entre sus amigos un separador inteligente e ilustrado con una luna, una figura femenina apenas sugerida (tomada de una de sus obras) y con frases en varios idiomas.

Hay personas que acostumbran doblar la esquina superior derecha de la página para indicar donde suspendieron la lectura. ¡Qué pena! El papel se maltrata  y termina por romperse. Quien actúa así demuestra poco respeto por el libro que está leyendo  porque es obligatorio para la clase o el trabajo, pero con el cual no ha establecido  una relación de amistad. La magia de los separadores, como la de los mismos libros, es infinita.



Coloridos separadores o marcadores.

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