EL ÚLTIMO TANGO DE
SALVADOR ALLENDE
Hace unos días leí una novela
publicada en 2012 que me encantó: El
último tango de Salvador Allende, escrita por Roberto Ampuero, escritor
chileno y actual embajador de Chile en nuestro país. El texto narra los últimos
días del gobierno del Doctor en 1973, aunque no es la anécdota principal. El autor advierte al principio que
el “libro es una novela, y como tal habrá que leerla”.
El leit motiv de la novela tiene que ver con el encargo que le hace
Victoria, su hija moribunda, a David, un antiguo agente de la CIA que vivió en Santiago junto con su familia durante varios años antes del golpe militar y
que ayudó a desestabilizar el gobierno de Allende. Victoria le pide a su padre, viudo, regresar a
Chile y entregar la mitad de sus cenizas y un cuaderno contenidos en un pequeño
cofre escondido en el sótano de su casa
a un chileno llamado Héctor Aníbal. Cumplir esta promesa obligará a David no sólo a viajar a Santiago, sino a otros
lugares en Chile e, incluso, a Europa.
La novela está estructurada en
dos líneas y narrada en primera persona. La primera tiene que ver con el
cumplimiento del encargo de Victoria; la segunda es la traducción del cuaderno
encontrado en el cofre, escrito a lápiz, con mala caligrafía y que David
traduce con la esperanza de que le ayude en su encomienda. Cada capítulo viene
precedido de un epígrafe: los relacionados con la encomienda de Victoria y con
los años en que David y su familia vivieron en Santiago son de versos tomados de melodías populares en los
años setenta: Los capítulos que narran los problemas enfrentados por el Doctor
y sus esfuerzos por sacar adelante a su gobierno y a su país, además de relatar
datos personales de quien escribe el cuaderno y de su relación con el Doctor,
van precedidos de estrofas de tangos.
Todos los epígrafes se relacionan claramente con los acontecimientos narrados en
el capítulo que anteceden.
En una entrevista televisiva,
Ampuero mencionó que la inspiración para esta novela le llegó cuando recorrió la calle Tomás Moro y
llegó al número 200, antigua residencia de Salvador Allende. Todavía está en
pie, dice el escritor, es una finca con muchos árboles en una calle tranquila,
pero que corre el riesgo de ser demolida pronto. Allende no murió ahí, como
todos sabemos, sino en el palacio de La Moneda, sede del gobierno, aunque
también con habitaciones para el presidente y su familia.
Resulta curioso el paralelismo entre
Tomás Moro, el santo que da nombre a la calle
y el doctor y presidente de Chile, Salvador Allende. El primero, nacido en Londres en 1478 y
fallecido en la misma ciudad en 1535, tuvo una brillante carrera. Fue un
ardiente defensor de la libertad de culto y de opinión. Entró en conflicto con
Enrique VIII porque se opuso al divorcio del soberano de su esposa Catalina de Aragón para contraer matrimonio
con Ana Bolena. Al rehusarse a asistir a la coronación de esta última, fue
condenado a muerte. Por su parte, Salvador Allende defendió su forma de pensar
y el régimen de gobierno que deseaba tener. Sus problemas se agravaron por la
intervención de la CIA y la oposición de la clase empresarial hasta que se
llegó al golpe de estado encabezado por el general Augusto Pinochet, en quien
confiaba plenamente.
Estos hechos obligan al lector a
recordar lo ocurrido con Francisco I. Madero, a principios del siglo veinte en
México, que desoyó los consejos de su hermano Gustavo. Éste le había expresado que desconfiaba del general Victoriano
Huerta, a quien Madero consideraba un
soldado leal y de toda su confianza. Y fue
precisamente Huerta, apodado
después El chacal, quien aprehendió a Madero y a Pino Suárez y dio la orden
para que los ejecutaran, hecho que dio principio a la Revolución Mexicana.
Ampuero entrega a sus lectores una novela interesante que no está recargada
de datos históricos y políticos. El recorrido por la vida nocturna de
Valparaíso donde se escucha el tango es
interesante. Es casi una novela de misterio porque David, el padre de
Victoria, debe seguir el hilo que le marca el destino y los pocos datos que va
recabando para encontrar a Héctor Aníbal y cumplir la promesa hecha a
Victoria. Además, Ampuero salpica aquí y allá platillos
propios de su país como comer, de entrada, locos en salsa verde y de plato
fuerte, corvina grillé o congrio al vapor (recordemos, de paso, que Neruda
escribió una oda al congrio) o, a media tarde, arrollado fresco en pan amasado
calentito, acompañado de café. Como aperitivo, pisco sour, por supuesto. Quizá convenga, amable lector. concluir con
esta sentencia de la novela: “La vida está hecha de recuerdos, no de lo que
acontece día a día ni de lo que uno sueña o añora”.
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