DON CRESCENCIO, UN
BIBLIOTECARIO INOLVIDABLE
Afable, solícito, atento, don Crescencio se desempeñaba como
bibliotecario de la Casa de la Cultura, cargo que ocupó durante varios años.
Sin embargo, era, ante todo, poeta y compositor. Escribía canciones románticas
y candorosas, como reflejo de su alma generosa y buena. Parecía no querer darse
cuenta de que el mundo contemporáneo está lleno de violencia, drogas,
inseguridad, robo, fraude y corrupción; a todo esto, él oponía la bondad, la
ternura, el afecto.
Dedicaba sus ratos libres y sus noches a la creación
literaria y a practicar la mandolina, instrumento con el que se acompañaba para
interpretar sus melodías. Pero siempre tenía tiempo para opinar sobre un texto
ajeno, ayudar a encontrar el vocablo preciso para un verso o auxiliar a quienes
tímidamente daban sus primeros pasos en el campo de la literatura. Recuerdo la
sonrisa que iluminaba su rostro y su enorme satisfacción cuando, con mucho
orgullo, un mediodía me mostró los certificados de sus obras tramitados ante la
Dirección de Derechos de Autor por la Sociedad de Escritores de México. ¡No
cabía en sí de gusto¡
Don Crescencio estaba siempre bien provisto de papeles y
lápices para ocupar, por las tardes, a los niños que acudían a la biblioteca
mientras las niñas asistían a clase de danza, gimnasia o baile. Con amable
sonrisa e infinita paciencia, don Crescencio aprovechada esos ratos para
encaminar a sus visitantes hacia el mundo de las letras. Me tocó verlo, además,
colaborar con alumnos de secundaria o preparatoria para encontrar las
respuestas en los volúmenes de consulta o entender las preguntas de
cuestionarios que debían ser resueltos para aprobar un examen. Sin perder la paciencia ni la
sonrisa, el bibliotecario extendía su mano proporcionando lo que se necesitaba
en el momento.
Una tarde me dio un paseo por el espacio sideral cuando me
leyó su obra Los planetas,
acompañada, naturalmente, de una canción. Concebida para enseñar divirtiendo,
es, sin embargo, un texto complejo: don Crescencio tuvo que estudiar para no
citar datos erróneos. Al concluir la lectura, lamenté carecer de recursos para
editar el texto, enriquecido con dibujos o ilustraciones y con la
correspondiente cinta musical. En mi opinión, es una de sus mejores obras de
carácter didáctico.
El autor de A cielo
abierto se entregaba de tiempo en tiempo a la tarea de encuadernar sus
propios materiales. Los escribía con estupenda caligrafía, los fotocopiaba, los
recortaba al tamaño adecuado y los colocaba en la prensa, con sus pastas.
Después, ¡listos para la venta! Pero también estaba dispuesto a darles una
apariencia decente a los maltrechos volúmenes con que, de tanto en tanto,
aparecíamos José Solórzano o yo misma. Recibía gustoso cualquier material de
lectura, revista o periódico atrasado que uno le llevara. En sus manos, los
viejos periódicos se convertían en el número del día haciendo realidad lo que
narra Cortázar en su Un diario es un
diario. Alguna vez me dijo satisfecho: “Ya van cinco personas que han leído
la revista”.
Amaba a Durango entrañablemente y escribió varios largos
poemas –quizá demasiado largos porque pierden efectividad- para cantar el
cielo, las iglesias, las palomas, el Parque Guadiana, las montañas. Ningún
espacio escapó a sus ojos de poeta. Busco siempre nuevas combinaciones métricas
y día tras día encontró tiempo para la música y la poesía.
Un día me confesó con tristeza, mientras me pedía mi opinión
sobre su último texto, que su amor por el arte no había hallado eco en su
esposa, quien, en lugar de estimularlo, lo denostaba. Tal vez ocurrió así
porque no fue un escritor que buscara
renombre y su callada labor no le trajo holgura económica ni ningún otro
beneficio.
Se trasladaba de un lado a otro en bicicleta (hoy estaría
completamente de moda) y lo mismo lo veía uno pedaleando con fuerza por las
empinadas calles de Urrea que saboreando un paisaje de las Alamedas o evitando
la colisión con frenéticos automovilistas por el Centro Histórico.
Don Crescencio creó en la biblioteca un refugio para muchos
de nosotros. Era el espacio ideal para
el diálogo, la comunicación, el intercambio de puntos de vista. Nos hizo sentir
una familia. Empezamos a extrañarlo desde que las puertas se cerraron debido a
su enfermedad. A pesar de su ausencia física, conservaré siempre en la memoria
su mano tendida y su tono afectuoso diciendo “!Bienvenida¡”
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